Estamos muy mal


El otro día tuve que hacer una gestión de esas obligatorias, periódicas e inevitables que cualquiera que haya tenido que tratar con la administración pública ha aprendido a temer. A la molestia esperable —y que uno, más o menos, ya se mentaliza para soportar— se sumó el hecho de que a alguien se le ocurrió que sería una estupenda idea montar una cola previa para ir distribuyendo a la gente antes de que entrasen en el edificio. Quizá lo fuese y facilitase luego las cosas, no lo sé, pero lo cierto es que nadie tuvo en cuenta que ello implicaría un embudo en la entrada y una larga cola en el exterior, en un día en que hacía un tiempo de mil diablos, frío y lluvia.


Cuando por fin me llegó el turno de entrar, tras media hora a la intemperie, tenía ganas de aplastar cráneos.



(¿Qué tienen que ver los zombis con la anécdota narrada, se preguntará el astuto lector? Enseguida llegaremos a ello.)


Cada época y lugar crea sus arquetipos de terror favoritos, o quizá debería decir pertinentes, y es algo que va más allá de las simples modas. Vivir a dos pasos de las fieras del monte cuando lo único que se tiene para apartar un poco la oscuridad son antorchas y velas crea un clima propicio para imaginar lobisomes y vampiros. Añade un poco de tecnología y desconfianza a novedades que no se acaban de comprender muy bien, y sale un Frankenstein o un hombre invisible. Hay miedos más intemporales e independientes de una sociedad determinada —tómese cualquier variante del concepto fantasma—, y también muy específicos —pensad leyendas urbanas, que a mí me da pereza, o echad mano de los ultracuerpos—. Algunos se modifican con los cambios y tendencias del momento —vuelvo a mencionar a los vampiros, que ya no sabe uno a qué estereotipo atenerse—. Y, por supuesto, todos se reciclan.


Uno de los casos de reciclaje más distanciado del original es el de los zombis. Los que podríamos llamar “los originales”, surgidos del vudú, eran una cosa bastante tranquilita, e incluso inofensiva; a menos que alguien te los achuchase, claro. Lo más incordiante del asunto era el hecho de que el convertido en zombi pasaba a ser marioneta de la voluntad de otra persona. (Bien mirado, si has sido esclavo en una plantación toda la vida debe resultar bastante acojonante la idea de que ni después de muerto te dejen en paz. Volvemos a lo de que cada momento y circunstancia crea su ficción favorita.) Sea como sea, cambiaron los tiempos, apareció George A. Romero y, a partir de ahí, fiesta.


Pero ahí se quedaron. Durante mucho tiempo la moda del susto y tentetieso ha tenido otros protagonistas, desde los clásicos con más o menos reciclaje a los creados ad hoc —jasons, freddies y demás—. ¿Por qué se han puesto los zombis tan en primer plano ahora, y con tanto éxito? Películas a montones, videojuegos de masacrar zombis a capazos. Hay hasta una versión de Gran Hermano en la que se desata un apocalipsis zombi (quien no haya visto la miniserie Dead Set debería echarle un vistazo; se va a reír un rato). Novelas. Manuales de supervivencia con gran éxito de público y crítica.


Y es que les tenemos ganas.


A veces tengo la impresión de que la frase de Robert E. Howard más citada es aquella de que los civilizados son más descorteses que los bárbaros porque los primeros pueden permitirse el lujo de ser groseros sin que los aplasten la cabeza. Y con esto vuelvo a la anécdota del principio: todos los días nos comemos agresiones, arbitrariedades, descortesías, molestias, abusos y lo que se os ocurra. Compañeros de trabajo tocacojones. Jefes estúpidos. Vecinos impertinentes. Clientes irritantes. Ese hijoputa que aparca en doble fila o te adelanta por la derecha. Trolls y spammers. El servicio técnico que tan hartísimos nos tiene. Intolerantes y egoístas en general. Y además, hay demasiada gente. Venga, con cursivas de énfasis, aunque sean incorrectas: hay demasiada gente. Y cada uno de ellos es un agresor en potencia (y muchas veces, de facto), y la educación, el miedo a las consecuencias o la mera imposibilidad física nos impiden responder cómo nos lo pide el cuerpo (o sea, rompiendo cráneos).


Y, claro, llega un momento en que la respuesta biológica (huída o agresión) no da para más, y el estrés se nos come vivos. Sumad el hecho de que, además, la mayoría tiene un trabajo aburrido, o agobios para llegar a fin de mes, o una hipoteca, o no da abasto en general. Y así todos los días.


Pero, ah, un buen apocalipsis zombi… Nada mejor para romper la monotonía (y mucho mejor que una cosa en plan apocalipsis nuclear, que luego hay que andar preocupándose de contaminación radioactiva, mutaciones y todo eso). A la mierda las responsabilidades, los trabajos aburridos y los trámites estúpidos. Los recursos están bien en los almacenes y tiendas saqueables; es cuestión de organizarse. Todo ese montón de gente a la que no podemos aguantar o se la tenemos guardada (y cada cual tiene su lista, no me digáis que no) será probablemente un grupo de buenos candidatos a ser infectados, y de repente será necesario, imprescindible y —ojo al dato— no ilegal coger un mazo de picapedrero y hundírselo en el colodrillo con todas tus fuerzas (cuando la relación sea menos personal, bastará con un tiro desde más lejos). Yo, desde luego, cada vez que salgo de una reunión de la comunidad de vecinos tengo ganas de empezar una limpieza sistemática del edificio desde mi piso —vivo en el último—, planta por planta, hasta llegar al portal de la calle, atrancarlo bien y montarme la logística posterior con un grupo de supervivientes selecto: la peña de amigos con la que estoy bien; y la familia cercana, quizá. Al resto, que los den. (Soñar es gratis, ¿no?)


Existe un raro ente mitológico: el individuo que tiene un trabajo seguro y que le gusta, que está rodeado de gente amable que no le toca los cojones, que tiene techo propio y ningún problema para llegar a fin de mes, y que además come bien, no tiene estreses y folla cuando quiere. A ese extraño y poco habitual ser no suelen gustarle las películas de zombis; no les acaba de ver la gracia. De hecho, suelen resultarle tan entretenidas como mirar por encima del hombro a uno que esté jugando al Space Invaders. No les coge el punto, sencillamente. Pero la gente más normal, en general, está como una olla a presión. Así que bienvenida esta moda en la ficción. Por eso está agarrando tanto. Porque, como no cambie algo pronto, esto va a petar.



Como dice una frase que leí en alguna parte: «lo más duro de un apocalipsis zombi va a ser disimular que nos lo estaremos pasando de puta madre».


Y es que la cosa está muy mal…


G


P.S.: Por si queda alguien que aún no la haya visto y no la reconozca, la segunda foto es de Shaun of the Dead, película de Simon Pegg absolutamente recomendable.

16 Responses to Estamos muy mal

  1. Ilion dice:

    Sociópata. Más que sociópata. 😛

  2. Kaoss dice:

    Sociópata, sí, pero cuanta razón. Me quedo con el penúltimo párrafo especialmente.

  3. Ilion dice:

    No he dicho que no tuviera razón. 😀

  4. Erian dice:

    pues sí, qué razón tiene xD

    >>Todo ese montón de gente a la que no podemos aguantar o se la tenemos guardada<>Existe un raro ente mitológico<<
    me cuesta creer que ese ser que descrbies exista…

  5. Erian dice:

    uhm, no sé por qué mi comentario salió a medias…. empezaré a preparar el hacha 😛

  6. Grendel dice:

    Grande, maestro, muy grande… La frase del final es para enmarcarla. XDD

    En mi caso, sin embargo, la cosa no va por ahí. No sé porqué, pero de siempre he estado completamente fascinado con los libros, películas etc. de escenario «doomsday», aunque con matices: tiene que ser algo de lo que un número reducido, aunque razonable, de gente sobreviva. No me vale un asteroide enorme, o una guerra termonuclear global.

    Por ello, escenarios de tipo pandemia, apocalipsis zombie, incuso si me apuras invasión alienígena me absorben de toda la vida; pero no por el hecho per se sino por sus consecuencias. Por ponerte un ejemplo, me encantan las charlas que suelta el profesor de Sociología en «Apocalipsis» de King sobre cómo refundar la sociedad. Luego al maestro se le va la pinza con la lucha del bien contra el mal y el libro acaba como acaba, pero hasta entonces es acojonante.

    Alguna recomendación lectora al respecto?

  7. gorinkai dice:

    Los escenarios tipo doomsday tiran mucho, en general; permiten épica sin tener que retroceder en el tiempo o irse a un universo ficticio (por mucho que apetezca, lo de la Tierra Media va a ser que no, pero un Mad Max está al alcance de la mano y es factible). Pero creo que lo que más atrae es el factor borrón y cuenta nueva: purga del exceso de gente y una simplificación de la vida en todos los aspectos. Somos las generaciones que se están comiendo el «shock del futuro» con patatas, así que una vuelta a lo elemental -en la ficción, al menos- nos resulta atractiva.

    ¿Recomendaciones de qué? Si es sobre zombis, lo mejor que he leído fue recomendación tuya (los de Brooks)…

    (Erian: Me metí en edición de comentarios por si había algo escondido, pero lo único que hay es lo que sale aquí en la pantalla. Posiblemente algo se perdió por culpa de los caracteres < y > , que se usan para delimitar tags. Para citar algo de otro mensaje es más seguro usar comillas.)

  8. Erian dice:

    entendido, ya guardo el hacha… y trataré de no volver a autodestruirme entre caracteres

  9. Bethleem dice:

    «¿Teneis hambre? Comed un poco de vuestro amigo»… Ains, lo mala que puede ser esa película y lo mucho que me reí con ella.

  10. instan dice:

    Estoy muy de acuerdo con el análisis sociológico y psicológico de la moda de los zombis. No obstante yo tengo un problema con esas criaturas, les tengo un pavor de modo inconsciente que nunca me he podido explicar del todo.

    Además los zombis me sugieren una serie de dudas metafísicas muy inquietantes que sin duda alguna es posible que me diesen más miedo que la propia amenaza física de los monstruos devoradores (a fin de cuentas es lo mismo que vivir en la selva rodeado de leones, o en el bosque de lobos y nuestros antepasados lo hicieron miles de años).

    Así que puesto a elegir mejor que sean vivos infectados (eso sí, lentitos y tontorrones como los zombis romerianos), o mejor aún vampiros (que les tengo una ojeriza muy grande). Quizá fuese más estimulante una invasión de trífidos o algo así, porque además de cargarse a los de esa lista negra de gentes sería un estímulo intelectual, no dejaría de ser intersante científicamente.

    En cualquier caso cada día analizo más friamente como obrar en caso de un escenario apocalítpico. Y me parece interesante lo que dices, lo mejor una limpieza sistemática del edificio y luego hacer inexpugnable un bloque de pisos.

  11. Germán dice:

    Cuanta razón tienes, no entiendo que le ve la gente a las pelis de zombis.

  12. gorinkai dice:

    Sí que te das un aire a ente mitológico, sí…

  13. Skalagrim dice:

    Recomendación para Grendel:

    «La Muerte de la Hierba», una novelita breve pero aterradora sobre cómo se hunde la civilización y hay que empezar desde cero en el curso de un viaje iniciático hacia un lugar seguro. Y lo que acaba con la civilización es algo aterrador y apabullantemente simple: un virus que ataca a la hierba, lo que incluye todos nuestros cereales.

    Por lo demás, lo que cuenta Gorin tiene algo de alucinante visto desde aquí. Quiero decir que nuestra administración de provincias no nos hace esperar largas colas a la intemperie. Ya he visto alguna vez imágenes de Madrid con la gente esperando en la calle y me ha parecido alucinante y tercermundista. También he visto imágenes de los hospitales y la sanidad que me han puesto los pelos de punta. Y lo mas alucinante de todo es que me da la impresión de que lo hacen porque, total, los que hacen cola es porque son inmigrantes o pobres (lo ricos tienen gestorias que les llevan las cosas) y que no hay de qué preocuparse por hacerles esperar en la calle.
    Francamente, creo que aquí no se atreverían a tanto.

    Y sí, a mí también me parece que la cosa está a punto de reventar, aunque probablemente no nos pondríamos de acuerdo en las razones de por qué está a punto de reventar. Pero yo, por si acaso, ya tengo un plan… 😀

  14. gorinkai dice:

    Tener un plan es importantísimo, cierto. Yo también tengo un par de esquemas para contingencias diversas, y me da igual que me llamen paranoico.

    Lo que dices de esa impresión que te da es bastante preciso. En la famosa cola mencionada en la entrada, te aseguro que apenas uno de cada diez era un paisano de aquí, de modo que el mosaico formado era de lo más variopinto. La susodicha Administración atiende una zona que ha pasado por las fases de extrarradio salvaje (campos de secano y cuatro ovejas), industrialización salvaje (en los 50 y 60) seguida de inmigración interna salvaje (Meseta profunda, Andalucía y Extremadura), chabolismo, urbanización más salvaje y, finalmente y en las décadas siguientes, un lento acercarse a algo más civilizado. Pero ahora mismo ha vuelto a otra fase de inmigración salvaje, esta vez externa (África y Sudamérica) pero que tiene en común con la oleada de medio siglo antes el hecho de que los llegados lo son porque en su lugar de origen se cenaban dos piedras. De modo que la consigna parece ser «que aguanten, que peor estaban en su pueblo, y si no les gusta que se vuelvan».

    Y aguantan. Hasta el día que no aguanten más, claro…

  15. N. dice:

    Jo, hacía siiiiiiiglos que no me pasaba por aquí. Me ha encantado el artículo. Sigo leyendo, a ver qué me he perdido.

    Un beso.

  16. gorinkai dice:

    Probablemente no mucho; estoy en racha de poco postear… 🙂

Replica a Kaoss Cancelar la respuesta